La empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. La palabra empatía es de origen griego “empátheia” que significa “emocionado”.
Según la psicología,
la empatía es la capacidad psicológica o cognitiva de sentir o percibir lo que
otra persona sentiría si estuviera en la misma situación vivida por esa
persona. Los psicólogos consideran que la empatía ya se desarrolla durante la
infancia pero es en la edad adulta cuando se afianza. A medida que se acumulan
experiencias y vivencias, cuesta menos entender a los demás.
Una neurona espejo es una célula nerviosa
que se activa en dos situaciones concretas, cuando el individuo realiza una
acción y cuando observa principalmente a un semejante realizar esa misma
acción, siendo capaces de activarse estas neuronas a través de estímulos
visuales y auditivos.
Neuronas espejo y empatía
El papel de las
neuronas espejo en las conductas empáticas como por ejemplo la adopción de
gestos faciales y posturas en conductas imitativas interactivas, es básico
junto con la adopción emocional (sistema límbico).
La empatía está
soportada por una red neuronal a larga escala compuesta por el sistema de neuronas
espejo, el sistema límbico, y la ínsula, que funciona como nodo conector entre
ambos sistemas. Dentro de esta red, las neuronas espejo proveen la simulación
de las expresiones y gestos faciales observadas en otros a zonas de
procesamiento de bajo nivel, por medio de la ínsula, lo que provoca la
actividad en dichas zonas. Y, por último, produciendo un estado emocional en el
observador de la conducta observada. De esta manera se provee de un sistema
alterno de emociones al sujeto, basado en la simulación, que permite en parte
la cognición social.
En el sistema de neuronas
espejo y su relación con la empatía, es necesario hacer una distinción:
entender y simular las emociones no es el único paso para la cognición social,
ya que se debe tener en cuenta la personalidad estable de la persona con el fin
de realizar predicciones.
Las neuronas espejo
se disparan de la misma forma cuando realizamos una acción que cuando
observamos a alguien realizarla. El hecho de que nuestro cerebro reaccione igual,
explica el aprendizaje
por imitación, la emulación y también
la empatía, ya que vivimos la acción de otro como nuestra y nos ayuda a
comprenderla.
Cuando estas neuronas
especializadas se activan otras zonas del cerebro también lo hacen, como el sistema límbico. De esta manera, nos permiten ser capaces de
reconocer gestos faciales, acceder a nuestros recuerdos y aprendizajes previos
y unir toda esta información para interpretar la situación y darle un
significado.
Las emociones son contagiosas
Somos muy
influenciables. Tanto que el estado de ánimo de los demás nos puede afectar,
haciendo que nuestro humor cambie. Cuando alguien con quien trabajamos está
triste y su rostro nos transmite esa tristeza, no solo somos capaces
de saber que algo le pasa, sino que además nuestro ánimo puede verse afectado;
y es que la empatía no solo nos permite conocer lo que el otro piensa, también
nos permite ponernos en su lugar, con sus circunstancias.
Además se ha
comprobado que forzar la risa puede hacer sentirse mejor. El simple hecho de
fingir la emoción de la alegría hará sentirse mejor. También lo hará el estar
con un grupo de amigos que no para de bromear y, aunque se tenga un día
horrible, seguramente las risas de los demás contagiarán.
Teniendo en cuenta
que las emociones de los demás pueden ser muy contagiosas y afectarnos, el
exponernos a acciones que realizan los demás también puede serlo, sobre todo a
una edad temprana. Así, la exposición a la violencia en los niños por medio de
la televisión puede aumentar el grado de violencia en su conducta, ya que
tendemos a imitar lo que vemos, teniendo en cuenta que no somos robots y podemos
elegir nuestros actos.
La empatía está
íntimamente vinculada con la forma en la que cada uno regula las propias
emociones. Aquellos que saben manejar mejor su estado de ánimo tienen más
facilidad para empatizar y responder de manera equilibrada.
La empatía está
modulada por factores como la relación que existe entre las personas, la
personalidad, la historia emocional de cada uno y el contexto cultural de
referencia. Las personas empáticas tienden a gustar más porque enseguida
comprenden lo que les pasa a los otros, tienen más capacidad de escucha y
compasión, actúan de manera más eficaz y son más persuasivas.
Sin embargo, hay
sujetos que tienen una total falta de empatía. No consiguen ponerse en los
zapatos de los demás y los tratan con distancia. Éste es el caso de la
personalidad narcisista, antisocial, obsesiva o límite que se inclinan hacia el
egocentrismo. Y, por supuesto, los psicópatas que interactúan con los demás sin
importar el sufrimiento.
Otras personas sufren
exceso de empatía. Son demasiado influenciables. Acaban agotadas, sobre todo,
si están en la posición de cuidadores; es la fatiga por compasión. Corren el
riesgo de desconectarse emocionalmente de sí mismos o asumir los problemas de
los demás como propios, el trauma vicario.
Cada persona muestra
diferentes niveles de empatía ante la misma situación, pero también hay algunas
coincidencias. Así, los individuos se conmueven más con las desgracias que
ocurren dentro de su grupo social. La nacionalidad, la edad, el sexo, etc,
determinan el nivel de implicación emocional.
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Neuronas espejo – Descubren cómo la empatía
afecta al cerebro
Un equipo de investigadores de la Universidad
de Colorado, EEUU, en un estudio publicado en Neuron de junio 2017, revela que
dos tipos de empatía emocional, la compasiva y la angustia, activan diferentes
zonas del cerebro.
El equipo escaneó el cerebro de 66 voluntarios
mientras oían testimonios reales de dramas humanos, con diferentes desenlaces.
Los voluntarios, además, debieron valorar cómo
les hizo sentir cada historia por separado, sin ningún escáner de por medio. El
primer gran descubrimiento fue que no existe una región del cerebro en el que la
empatía se desarrolle, sino una red que une diferentes zonas.
El cerebro no es un sistema por módulos donde
haya una zona encargada de la empatía. Se trata de un proceso distribuido. Las
mismas regiones que intervienen en la valoración de la comida o el dinero,
aparecen implicadas en el estudio al valorar el bienestar de los otros.
Eso sí, no todas las historias conectaban las
mismas zonas y, de hecho, generaron dos tipos de patrones, entre las que
reunían "solidaridad y compasión" con las que causaron "angustia
empática". En la primera se activaban áreas cerebrales como el córtex
prefrontal ventromedial o la corteza medial orbitofrontal, relacionadas con los
procesos con los que el cerebro da valor a algo.
Por otra parte, historias como la del veterano
de guerra que se queda sin hogar despertaron más angustia que compasión y, por
ende, activaron otras zonas, como la del córtex premotor o la corteza
somatosensorial primaria, que son conocidas por participar en los procesos
llamados de espejo.
Dos tipos de empatía emocional, la compasiva y la angustia, activan diferentes zonas del cerebro |
Las áreas cerebrales que aparecen preferentemente relacionadas con la angustia empática también se activan mientras experimentamos u observamos acciones, sensaciones y expresiones faciales.
Más allá de las marcadas diferencias, hubo algo
que aunó a los participantes: todas las personas escaneadas revelaron patrones
cerebrales muy similares cuando empatizaban con los protagonistas de cada
historia.
Los especialistas explicaron que si bien la
emoción que se despertaba era una respuesta muy personal, el patrón de
activación era común. Tanto fue así que utilizaron estos patrones como
marcadores para predecir cómo otro grupo de 200 personas, a las que no
les escanearon el cerebro, valoraría las mismas historias que oyó el primero.
Finalmente, los investigadores sostuvieron que estos
patrones podrían, en el futuro, servir en la detección de trastornos como la
psicopatía.
Nuestra respuesta cerebral a las buenas
noticias ajenas depende de la empatía
Según un estudio de investigadores de la University College of London (UCL), publicado
en Journal of Neuroscience de octubre
2015, la forma en que el cerebro reacciona a las cosas buenas que les pasan a
los demás está determinada por la capacidad de empatía.
La investigación atribuye a una parte concreta del cerebro, la corteza cingulada anterior
(ACC, por sus siglas en inglés) como la región que se muestra especialmente
atenta a las buenas noticias que afectan a los otros.
Su respuesta cambia sustancialmente en función
de los niveles de empatía. En las personas consideradas como altamente
empáticas, la corteza cingulada anterior reacciona solo a las cosas buenas que
les suceden a otros individuos, mientras que en los sujetos poco empáticos, la
ACC también reacciona a las malas noticias propias.
El estudio demuestra la relevancia de esta
parte del cerebro en los trastornos
relativos a los comportamientos sociales, como la psicopatía y el autismo.
También podría ser un punto de partida para investigar los mecanismos
cerebrales que producen desórdenes en el comportamiento como respuesta a los
éxitos propios o ajenos.
Para llevar a cabo el estudio, los
investigadores escanearon mediante imágenes de resonancia magnética los cerebros de 30 voluntarios, de edades
entre 19 y 32 años, expuestos a la contemplación de imágenes que predecían las
posibilidades de que ellos mismos u otras personas ganaran dinero. Los
participantes también complementaban un cuestionario que evaluaba su nivel de
empatía una semana antes de que se sometieran a la resonancia.
Explicaron que la región de la corteza
cingulada anterior siempre se activaba en todos los participantes cuando otra
persona iba a ganar dinero. Sin embargo, la activación era mayor en los
individuos que se les consideraban empáticos.
La empatía tiene sus
propias áreas cerebrales
Según un equipo de científicos de Monash
University, Australia, en un estudio publicado en NeuroImage de junio 2015, los tipos de empatia otorgan cerebros
diferentes físicamente.
Para estos científicos, el hallazgo plantearía
algunas hipótesis, como la posibilidad de que la empatía pueda aumentar con el
tiempo – dando lugar a cambios físicos a nivel cerebral –, o que incluso
podríamos ver desaparecer dicha empatía con el tiempo.
Los investigadores encontraron que las personas
con “empatía
afectiva” tienen una fuerte respuesta emocional frente a los
sentimientos o pensamientos de otra persona, ya que la materia gris de estos
individuos es más densa en una región cerebral determinada en comparación con
aquellos que expresan “empatía cognitiva“, es decir, individuos que tienen una
respuesta más lógica a otro estado emocional y menos sentimental.
Para llegar a estas conclusiones, los
científicos estudiaron a 176 individuos usando una técnica de neuroimagen
denominada “morfometría basada en voxel”, donde se analizaba la densidad de su
materia gris cerebral. El objetivo era determinar
el grado de empatía afectiva o empatía cognitiva de los participantes.
La densidad de materia gris, clave para
diferenciar la empatía. Los hallazgos del estudio fueron que aquellos con una alta empatía afectiva tenían una mayor
densidad de materia gris en la corteza insular justo en el centro del
cerebro. Por otra parte, aquellos que tenían una alta empatía cognitiva también tenían una mayor densidad de materia
gris en la corteza
mediocingular, justo encima de la conexión entre ambos hemisferios
cerebrales.
La conclusión de los investigadores es que la
empatía podría llegar a perderse o alterarse si las zonas cerebrales
anteriormente mencionadas se lesionan o modifican. También explicaría porque
hay individuos que no tienen empatía, u otros que la tienen en exceso.
Estos resultados validan el hecho de que la
empatía es un conjunto de componentes, lo que sugiere que la empatía afectiva y
la empatía cognitiva están representadas y diferenciadas morfológicamente a
nivel cerebral.
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