diciembre 31, 2023

Conciencia y Cerebro





¿Cuál es la diferencia entre el cerebro y la conciencia?

Si se considera que el cerebro es un simple sistema de procesamiento de información, la conciencia es lo que impulsa su funcionamiento. Hay propiedades de la materia que los científicos aún no han descubierto y que podrían explicar el fenómeno de la conciencia.


La conciencia

¿Cómo da lugar el cerebro, una compleja estructura biológica, a esa experiencia íntima conocida como conciencia? La investigación aún no es capaz de explicar físicamente la conciencia.

La etimología latina de la palabra conciencia, "cum scientia", significa "conocer con", saber que conocemos. Así que cuando soy consciente del dolor, también soy consciente de sentirlo: ser consciente de algo es también ser consciente de ser consciente de ello. Ser consciente es darse cuenta de lo que percibimos y dar sentido a esas percepciones.

Definición


La conciencia es un estado multidimensional que se refiere a la capacidad de un individuo para acceder a información memorizada o a un estado mental. Está vinculada al procesamiento integrado de información procedente de distintos canales (acústico, visual, táctil, etc.) y a la transmisión de la información seleccionada a procesos cognitivos basados en capacidades perceptivas, atencionales, mnésicas (relacionadas con la memoria), emocionales y evaluativas.

La activación y la interacción entre los niveles funcionales constituidos por estas habilidades crean la conciencia, un sistema dinámico finalizado que produce interpretaciones e intencionalidades.


El término conciencia se refiere a tres realidades distintas:

* Conciencia moral: ser consciente de los propios actos;
*  La conciencia como despertar: estar presente en la realidad;
*  la conciencia como conocimiento: en oposición a la ignorancia.

El concepto de conciencia abarca tres situaciones distintas:

*  La autoconciencia se refiere a la capacidad de reflexión que caracteriza a la subjetividad;

*  la conciencia objetal se refiere a la capacidad del sujeto para representarse cosas externas;

*  la conciencia moral se refiere a una capacidad que ya no es teórica.


Fenómenos de la conciencia

En el nivel subjetivo, la conciencia se manifiesta a través de diversos fenómenos:

*  Sensaciones y emociones

*  Memorias diversas: memoria procedimental (hábitos y carácter), memoria semántica y memoria episódica.

La conciencia suele entenderse desde dos ángulos:

*  El nivel de conciencia, que se refiere a la vigilia o a la atención;

*  el contenido de la conciencia, que se refiere a la percepción consciente de la información sensorial interna y externa, los pensamientos, las decisiones o la metacognición (evaluación del propio conocimiento).

Estos dos aspectos están conectados y varían a lo largo de una continuidad. La riqueza del contenido consciente suele observarse en la fase de vigilia (a excepción de los sueños, por ejemplo).


Los diferentes niveles de conciencia

Conciencia de acceso


Es la conciencia del entorno
. Se refiere a la capacidad de crear representaciones mentales que pueden utilizarse para llevar a cabo acciones o pensamientos controlados racionalmente. En otras palabras, hace que la información rica y flexible sea accesible para el procesamiento cognitivo. Por ejemplo, permite crear "mapas mentales", como en el caso de un perro que marca su territorio. El significado funcional de este tipo de conciencia es distinto del aspecto cualitativo de otros estados de conciencia. Según esta definición, la conciencia puede extenderse a los invertebrados, como los insectos sociales o los cefalópodos (pulpos, etc.).


Conciencia fenoménica

Es la experiencia subjetiva y cualitativa – qualia – de las propiedades del entorno: la hierba es verde, la manzana es redonda, la flor es dulce, el trueno hace ruido, etc. Se refiere a la "sensación": sentimientos, percepciones, pensamientos, deseos y emociones, pero no a la cognición ni a la intencionalidad ni a lo que podría codificarse en un programa informático.

La conciencia de acceso (A) y la conciencia fenoménica (P) pueden interactuar, pero una puede existir sin la otra: los animales pueden tener P sin A, y un robot podría tener A pero no P.

A priori, esto no es suficiente para afirmar que un individuo es 'consciente', porque también requiere una experiencia cognitiva compleja (A). Todo ello permitiría ser consciente de una representación mental en un "espacio de trabajo global" (global workspace) que integra información de memoria, atencional y de control ejecutivo.

Auto conciencia

La conciencia va acompañada de recuerdos, sentimientos, juicios, sensaciones y conocimientos que relacionamos con una realidad interior a la que llamamos yo. Esta conciencia se denomina auto conciencia y está estructurada por la memoria y la comprensión.

En este sentido, es una unidad sintética que subyace a todo nuestro comportamiento voluntario. Los elementos que contiene – recuerdos, sentimientos, juicios – dependen de un contexto cultural, lo que hace de la auto conciencia una realidad empírica cambiante y múltiple. Por tanto, la unidad y la permanencia del yo no están garantizadas por la unidad, tal vez sólo nominal, de la conciencia.

Las cuestiones sobre el modo de existencia de la conciencia, la mente o el alma son tan antiguas como la propia filosofía. A lo largo de los siglos, la gente se ha preguntado cómo explicar estos fenómenos: ¿qué los causa? ¿El cuerpo? ¿Otra sustancia? ¿La unidad de cuerpo y mente?


¿Cómo podemos definir y localizar la conciencia?

Los avances en neuroimagen nos han hecho creer que la respuesta está al alcance de la mano. Sin embargo, a los científicos aún les falta la respuesta.

Hace más de tres mil millones de años aparecieron las primeras células procariotas (microorganismos unicelulares sin núcleo), la base misma de la vida. Hoy, el cerebro humano contiene más de cien mil billones de conexiones sinápticas.

Tomemos como ejemplo una célula viva, una célula de su cuerpo. Su existencia se rige por un mecanismo sin sentido. En cierto modo, es como un micro-robot con mucha autonomía, pero sin más conciencia que la levadura. En otras palabras, sea lo que sea esta célula y venga de donde venga, ni sabe ni le importa quién es usted. ¿Y qué es usted, a fin de cuentas, sino un conjunto de miles de millones de miles de millones de células de este tipo?

Mientras tanto ha surgido la "capacidad de pensar y de sentir, de amar y de odiar, de temer y de esperar, de sacrificarse y de venerar, de imaginar y de crear"... En resumen, una conciencia. Cien kilos de levadura no se maravillan ante un cuadro de Braque; usted sí, y sin embargo está formado por células que, en el fondo, son del mismo tipo que esas células de levadura, con la diferencia de que realizan tareas diferentes.

¿De dónde viene la conciencia?

Hoy, la neurociencia cognitiva retoma estas viejas preguntas en un intento de dar respuestas basadas en la experimentación. Su principio básico es que a cada "estado mental" – un estado subjetivo experimentado – le corresponde un "estado neuronal" – una configuración observable y objetiva del cerebro –. Su programa de investigación consiste en identificar los correlatos neuronales de la conciencia, es decir, los procesos físicos que acompañan a una determinada manifestación de conciencia.

La neurociencia ha progresado desde los años noventa. Ahora es posible identificar el flujo sanguíneo que alimenta la actividad neuronal mediante imágenes de resonancia magnética funcional, insertar electrodos que detectan los impulsos eléctricos emitidos por neuronas individuales o monitorizar las ondas electromagnéticas que barren el cerebro mediante electroencefalogramas...

Desde esta perspectiva, el estudio de los procesos de la visión ha sido especialmente fructífero, dando lugar a numerosos estudios, entre los que destaca uno especialmente interesante sobre lo que se ha dado en llamar "visión ciega". Los sujetos que sufren determinadas lesiones en la corteza visual primaria tienen ciertas partes de su campo visual completamente oscurecidas. Sin embargo, si se les presenta una señal luminosa en esas zonas y se les pregunta sobre la presencia o ausencia de luz, en la mayoría de los casos "aciertan". En otras palabras, han visto la señal luminosa, pero sin tener conciencia perceptiva de ella. Han visto sin ver. Este experimento de "visión ciega" parece llevar a la conclusión de que hay regiones en el cerebro que son necesarias para que surja la conciencia, pero que son independientes de las estructuras que transmiten las señales "en bruto". En este caso, la información visual sí llegaba a los primeros relés subcorticales, pero permanecía desconectada de la corteza visual primaria, lo que la privaba de acceso a la conciencia perceptiva. El estudio de la percepción visual demuestra así una correlación significativa entre la actividad de determinadas regiones cerebrales y la conciencia perceptiva.

¿Se puede localizar la conciencia?

En términos más generales, muchos investigadores han propuesto localizaciones cerebrales para la conciencia: áreas visuales del córtex, el hipocampo, enlaces entre el tálamo y el córtex.

El estudio de la conciencia en dos planos distintos presenta dificultades: explicar qué se siente al ser uno mismo.

El "problema fácil" es encontrar los procesos cerebrales que subyacen a fenómenos como la percepción, la memoria y la atención. Y el 'problema difícil' es el que surge del aspecto fenomenológico de la conciencia.

Pero una cosa es identificar los circuitos y procesos cerebrales asociados a los fenómenos mentales y otra muy distinta explicar el hecho mismo de ser consciente, la experiencia subjetiva de la conciencia.

Así que no se trata sólo de identificar los circuitos nerviosos que nos permiten, por ejemplo, estar informados del dolor en el pie (un problema fácil), sino de explicar cómo surge la impresión subjetiva del dolor.

El acceso a las percepciones en su forma consciente sólo es posible desde el punto de vista de la primera persona, tal como las siento, mientras que lo que la ciencia describe, las configuraciones neuronales, sólo son accesibles desde el punto de vista de un tercero, un observador exterior, tal como las ve.

Este contenido subjetivo de la experiencia mental, la "sensación en bruto" de la experiencia de la vida y del mundo, única para cada individuo y por tanto incomunicable, es lo que llamamos qualia – y es su naturaleza elusiva lo que plantea el problema. Por ejemplo, podemos explicar el dolor, sus mecanismos neurológicos y sus funciones evolutivas... pero también podemos explicar lo que se siente al sentir, un aspecto fenoménico que se resiste a cualquier reducción funcional. Por tanto, el dolor tiene una propiedad física, pero también una propiedad consciente, la sensación de dolor: la materia tiene un "dualismo de propiedades".

La conciencia plantea a los neurocientíficos cognitivos un grave problema en la ecuación que resume su planteamiento: todo estado mental – percibido y subjetivo – tiene un estado neuronal correspondiente, un estado físico del cerebro que se puede observar y medir.

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¿Hay vida después de la muerte?



Desde hace varios siglos, la ciencia se sustituye progresivamente a la religión para explicar los grandes mecanismos de la vida. Reproducción, evolución, enfermedad, herencia, envejecimiento: una a una, las cartas se van desvelando y se unen para formar un castillo de improbable complejidad. Pero el edificio se eleva cada vez más a pesar de un evidente problema de cimientos: los dos mayores misterios de la humanidad siguen sin explicación. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos depara la muerte? No lo sabemos. Y es esta falta de conocimiento lo que lleva a miles de millones de personas a seguir creyendo en Dios.

Cifras edificantes que atestiguan la impotencia de la ciencia ante ciertos fenómenos inquietantes.

Las experiencias cercanas a la muerte (ECM)

En todo el mundo, millones de personas relatan historias increíbles en las que se encuentran en un estado de muerte clínica y recuperan milagrosamente la consciencia. Una luz blanca al final de un túnel, seres luminosos, una vida que pasa intermitentemente, un bienestar intenso, la sensación de abandonar el propio cuerpo... Los relatos son todos iguales. Más allá de culturas, edades y creencias, la secuencia de acontecimientos de la experiencia sigue siendo sorprendentemente coherente. Se dice que estas personas que parecen regresar del más allá tienen una experiencia cercana a la muerte.

Y estos rasgos comunes que se encuentran en la mayoría de las ECM han sido estudiados por una serie de investigadores que ahora se toman estos testimonios muy en serio. Hay que decir que los avances en reanimación han provocado una explosión en el número de ECM, y ahora es difícil acusarlos a todos de charlatanes. Tanto más cuanto que entre ellos figuran eminentes científicos como el profesor de neurocirugía Eben Alexander, que cambió radicalmente de opinión tras experimentar él mismo una, y el doctor Raymond Moody, que ha escrito un libro sobre el tema basándose en testimonios recogidos en su hospital.

Este flashback tomó la forma de imágenes mentales, digamos, pero eran mucho más vívidas de lo normal. Sólo volvía a ver los momentos importantes. Era como hojear el libro de toda mi vida en cuestión de segundos. Se desplegaba ante mí como un hilo prodigiosamente acelerado. Todo ello permitiéndome verlo y comprenderlo todo.” Este es uno de las docenas de testimonios de la colección del Dr. Moody. Y todos tienen ese tinte ligeramente místico que fascina tanto como deja perplejo.

¿Por qué plantean problemas estas experiencias?

El primer problema que plantean las experiencias cercanas a la muerte es la propia definición de muerte. Algunas de las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte han sido declaradas muertas por la profesión médica. Sin embargo, si consideramos, como indican las teorías científicas materialistas actuales, que la conciencia está inextricablemente ligada al cuerpo humano, el fenómeno descrito por estas personas es totalmente imposible. O bien estas personas no están realmente muertas, o bien el paradigma científico dominante de nuestro tiempo está equivocado. En cualquiera de los dos casos, hay algo que se nos escapa.

¿En qué momento puede un equipo médico decir que una persona ha muerto? Es una pregunta que puede parecer obvia, pero las respuestas difieren de una época a otra y de una cultura a otra. Durante siglos, el único criterio de muerte utilizado por los médicos era el cese de la actividad cardiaca y respiratoria, es decir, la parada cardiorrespiratoria. Era un criterio extremadamente legible, lleno de sentido común y que validaba nuestras representaciones colectivas de la muerte.

Pero con los avances de la medicina, hemos conseguido "resucitar" a personas que se creían definitivamente muertas. Y las fronteras de la muerte han tenido que retroceder. No, las personas en parada cardiorrespiratoria no están necesariamente muertas. El soporte vital avanzado, los respiradores artificiales y los desfibriladores han demostrado que el cerebro a veces es capaz de recuperarse y recuperar el control de las funciones vitales.

Hoy en día, en Francia sólo se puede declarar la muerte si se cumplen 3 criterios:

* Ausencia total de consciencia y de actividad motora espontánea.

* La abolición de todos los reflejos del tronco encefálico.

* Ausencia de respiración espontánea.

Los médicos se basan en pruebas y observaciones para certificar que se cumple cada criterio. Pero uno de estos criterios plantea interrogantes. ¿Qué sabemos realmente de la conciencia cuando la propia comunidad científica se esfuerza por establecer una definición unánime? ¿Y sería necesario demostrar que algunas personas carecen de ella? En caso de duda, el médico recurre a un examen que mide la actividad eléctrica del cerebro: el electroencefalograma (EEG). Se colocan electrodos en el cuero cabelludo del paciente y el aparato de registro convierte los impulsos eléctricos en trazos gráficos. Si el trazo obtenido es plano, se considera que ya no hay actividad eléctrica en el cerebro y que hay ausencia total de conciencia. Un segundo electroencefalograma confirmará un poco más tarde que la ausencia de conciencia observada es irreversible. El método parece infalible.


Un estudio publicado en la revista PLOS ONE en 2011 lo ha puesto en duda. Investigadores de la Universidad de Montreal lograron demostrar que podía producirse una actividad cerebral desconocida en personas comatosas que mostraban un electroencefalograma plano. Estas ondas eléctricas insospechadas, conocidas como "complejos Nu", acabaron con la creencia dogmática de que más allá de un electroencefalograma plano no había actividad cerebral posible. Esto demuestra que el cerebro es capaz de sobrevivir a un estado de coma extremadamente profundo. Sobre todo, esto demuestra que aún no tenemos una concepción clara de la muerte. Intentamos interpretar los signos fisiológicos que somos capaces de detectar.


¿Cómo se interpretan científicamente estas experiencias?

El cerebro es un órgano fundamental del cuerpo humano. Es el órgano de la mente. Para funcionar, necesita un suministro constante de oxígeno y glucosa. Cuando se le priva de uno de estos dos elementos, bloqueando la respiración o la circulación sanguínea, sus funciones se ven rápidamente perjudicadas. Y esto es exactamente lo que ocurre en caso de infarto: el corazón ya no es capaz de distribuir la sangre al cerebro, que se ve entonces cruelmente privado de oxígeno.

Pero, ¿qué ocurre entre la parada del corazón y el apagón definitivo del cerebro? ¿Es durante este intervalo de tiempo cuando se produce la experiencia cercana a la muerte? ¿Cuánto tiempo puede transcurrir entre ambos acontecimientos? Hasta hace unos años, los investigadores estimaban que el cerebro se detenía unos quince segundos después de que lo hiciera el corazón. Pero en 2013, un experimento realizado con ratas demostró que el cerebro seguía registrando actividad 30 segundos después de la parada cardiaca. Y que esta actividad reflejaba un estado de vigilia especialmente intenso. Varias publicaciones, entre ellas el famoso estudio AWARE, sitúan ahora en 3 minutos el periodo durante el cual es posible un estado de consciencia a pesar de la parada cardiaca, incluso cuando no hay actividad eléctrica. El cerebro no se detiene cuando el corazón deja de latir. Al contrario, aumenta su actividad. Se esfuerza. Para los científicos materialistas, es durante este periodo cuando se produce la IME.

Privado de oxígeno, el cerebro hace todo lo posible para hacer frente a este drama biológico sin precedentes. Intenta regular la comunicación entre las células, que se ha vuelto difícil, liberando masivamente glutamato, una sustancia muy activa en la memoria. Y para contrarrestar la alteración de los niveles de calcio provocada por el exceso de glutamato, el cerebro también produce una sustancia similar a la ketamina, conocida por sus efectos alucinógenos y su capacidad para desconectar los sentidos. Pero la parte del cerebro con más probabilidades de verse implicada en una IME son los lóbulos temporales, conocidos por su papel en la epilepsia, las emociones intensas, el recuerdo de la memoria y la despersonalización. Su lenta agonía formaría parte activa de la experiencia. Existe una explicación para el propio túnel: la excitación aleatoria de la corteza visual produce un efecto de luz brillante en el centro del campo visual y un desvanecimiento hacia la oscuridad en la periferia.

Y lo que se desprende de estas teorías es que la muerte no es un acontecimiento único, sino un proceso que se desarrolla en varias etapas. Varias etapas durante las cuales se producen fenómenos neurobiológicos relacionados con la conciencia, los recuerdos y las percepciones del pasado. Fenómenos sobre los que aún no sabemos casi nada.

¿Es realmente válido el paradigma materialista de la conciencia?

Algunos investigadores no suscriben la concepción materialista dominante de la conciencia. Para ellos, estos experimentos demuestran que la conciencia está indudablemente desligada del cuerpo humano. Son los dualistas.

Creen, como el investigador Pim van Lommel, que el cerebro puede no ser más que un receptor, como un televisor que retransmite los programas que recibe. Los dualistas esgrimen dos argumentos principales contra los materialistas. Alrededor del 20% de las personas reanimadas tras un infarto declaran haber tenido una experiencia cercana a la muerte. Esta pequeña proporción no es compatible con la tesis materialista. Con una explicación puramente fisiológica como la anoxia cerebral para la experiencia cercana a la muerte, la mayoría de los pacientes que han estado clínicamente muertos deberían informar de la experiencia.

Pero podría ser que una proporción mucho mayor de personas tuviera experiencias similares pero no las recordara. Esto es precisamente lo que les ocurre a miles de personas que sufren grandes traumas, como un accidente de coche o una caída desde una pared de escalada. Registran el trauma, pero se vuelve momentánea y a veces permanentemente inaccesible. Hay una estadística que refuerza este argumento en contra. Cuanto más jóvenes son los sujetos, mayor es la incidencia de las experiencias cercanas a la muerte: del 85% en los niños, la cifra desciende al 48% en las personas de cuarenta años y al 18% en los mayores de sesenta. Y también sabemos que la capacidad de evocar un recuerdo disminuye con la edad... Así que es posible que todos experimentemos este tipo de fenómenos cuando nos acercamos a una muerte inminente.

Otro punto plantea un problema a los dualistas. Los materialistas han conseguido más o menos explicar las diversas sensaciones de la IME excepto una de ellas. ¿Cómo, cuando la ausencia de actividad eléctrica cortical parece imposibilitar toda percepción sensorial, pueden los "experimentadores" (personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte) oír y ver a las personas que les rodean? Algunos de ellos afirman incluso tener mayores posibilidades de conciencia de las que están acostumbrados, como moverse en el espacio fuera de su cuerpo y tener acceso a información inaccesible desde su punto de vista corporal.

Muchos investigadores han conseguido reproducir experiencias extracorpóreas estimulando determinadas zonas del cerebro, como la circunvolución angular o el lóbulo temporal derecho. Pero ninguno de ellos ha logrado reproducir la mediumnidad de la que a veces hablan las personas. Los investigadores dualistas han llevado a cabo un estudio destinado a atestiguar los poderes clarividentes de los experimentadores durante las IME. Puesto que afirman poder ver sus cuerpos desde una fuente exterior cuando son declarados clínicamente muertos, deberían poder ver objetos particulares dispersos por la habitación y alrededor del cuerpo. Así, los investigadores colocaron fotos, recuerdos y objetos de valor sentimental sin que ninguno de los experimentadores mencionara su presencia en sus relatos.

¿Están imaginando otra escena basada en las últimas mediciones sensoriales que pudieron tomar? Si es así, ¿por qué sus relatos coinciden con los de los médicos? ¿Podría tratarse simplemente de una coincidencia?

No sabemos la verdad. La ciencia no tiene verdad. Como ha dicho el filósofo Edgar Morin, "no hay ninguna verdad que sea científica, hay verdades provisionales que se suceden, donde la única verdad es aceptar esta regla y esta investigación". Y hoy, la verdad provisional pertenece a los materialistas.

¿Por qué son tan religiosas las IME?

Indudablemente, en las historias, leyendas y creencias del mundo encontramos los temas del abandono del cuerpo, la ascensión, los túneles y la luz deslumbrante, y los reencuentros con presencias humanas en el momento de la muerte. Y, una vez más, aparecen similitudes.

¿Son estas representaciones colectivas y simbólicas las que influyen en las experiencias de las personas al borde de la muerte? ¿Han sido los mitos en los que se han impregnado desde la infancia los que han dado forma a sus interpretaciones de la experiencia?

¿O es al revés? ¿Han podido las experiencias ancestrales de los que viven experiencias cercanas a la muerte crear un conjunto independiente de creencias en todos los rincones del planeta? ¿Fueron sus historias las que alimentaron las leyendas que aún hoy se cuentan y que se reflejan en textos sagrados y miles de obras de arte?

Ambas teorías son posibles y, desde luego, no incompatibles. Sobre todo porque las IME ya existían en la antigüedad. Los antiguos griegos las llamaban "Deuteropotmos", mientras que los tibetanos se referían a los muertos que habían regresado del paraíso para contar sus historias como "Las Dog". Y al igual que en nuestra época, las personas que relataban el mismo tipo de experiencia, con el mismo tipo de sensaciones, tenían grandes dificultades para ser creídas. Pero algunos lo fueron, y se contaron algunas de las historias más legendarias...

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¿Sigue viva la conciencia después de la muerte?



Sí, la supervivencia de la conciencia después de la muerte es obvia y está respaldada por la investigación científica de los últimos 45 años sobre las "experiencias perimortales". Se trata de experiencias que ocurren justo antes, durante y después de la muerte.

La vida después de la muerte estudiada por los investigadores

A lo largo de la historia, la muerte se ha considerado en términos de una convención social según la cual había una línea entre la vida y la muerte y que, una vez cruzada, no había vuelta atrás.

En los últimos 60 años, esto se ha puesto en duda porque el descubrimiento de la reanimación cardiopulmonar ha devuelto la vida a ciertas personas que, desde un punto de vista biológico, habían entrado en la muerte.

Los científicos basan sus análisis en los testimonios de personas que han tenido diferentes experiencias de la muerte.

Sin embargo, un estudio científico sin precedentes acaba de demostrar que la conciencia de una persona no se apaga inmediatamente cuando el corazón deja de latir y ha demostrado que experiencias como ver la propia vida pasar ante los ojos o tener la sensación de abandonar el propio cuerpo son distintas de las alucinaciones. Son más reales de lo que creíamos.

Vida después de la muerte: ¿mito o realidad?

El estudio realizado por la Facultad de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York (NYU), presentado en las recientes Sesiones Científicas 2022 de la Asociación Americana del Corazón en Chicago, descubrió que una de cada cinco personas que sobreviven a la reanimación cardiopulmonar (RCP) tras una parada cardiaca puede describir experiencias de muerte lúcida ocurridas mientras estaban aparentemente inconscientes y sin latido cardiaco.

Aunque los médicos siempre han dado por sentado que la actividad cerebral es escasa o nula tras unos 10 minutos de parada cardiaca, este estudio demostraría lo contrario. Hay signos de actividad cerebral normal o casi normal hasta una hora después de la reanimación.

Los investigadores no sólo pudieron mostrar los marcadores de la conciencia lúcida, sino también que estas experiencias son únicas y universales. Son diferentes de los sueños, las ilusiones y los delirios.

En el estudio participaron 53 pacientes que habían sobrevivido a una parada cardiaca en 25 hospitales, principalmente de Estados Unidos y el Reino Unido. Casi el 40% de ellos afirmaron tener recuerdos de lo que había sucedido mientras estaban "muertos".

Hay un arco narrativo en las personas que tienen una experiencia cercana a la muerte. Su conciencia se vuelve más nítida, vívida y aguda; la experiencia más común sería un estado de conciencia de 360 grados del espacio que rodea a la persona en parada cardiaca.

En la muerte, tienen la percepción de que se separan de su cuerpo y entonces pueden moverse. Pero están en esta sala del hospital y están recogiendo información. Tenían la sensación de estar plenamente conscientes.

El estudio también confirmó que algunas personas ven su vida pasar ante sus ojos. De un modo u otro, al morir, toda su vida pasa a primer plano. Es una reevaluación profunda, útil y significativa de sus vidas. Se trata de un fenómeno universal que ocurre en todo el mundo, aunque cada experiencia es única en sí misma.

Los científicos concluyen que no se trata de alucinaciones. Son experiencias muy reales que ocurren en la muerte.

Investigación sobre la continuidad de la conciencia después de la muerte

"Esta vida... y más allá". Estudio publicado por Christophe Fauré en enero de 2023. Experiencias cercanas a la muerte (ECM), experiencias de muerte compartida, ECMV (experiencias subjetivas de contacto con el difunto), estados de conciencia elevada en el umbral de la muerte... Ciertos fenómenos humanos parecen contradecir la idea de que la conciencia es simplemente un producto de nuestro cerebro. En la comunidad científica son muchos los que cuestionan este supuesto.

Para abordar la hipótesis de la continuidad de la conciencia después de la muerte, Christophe Fauré se basa en todos los estudios científicos, cada vez más numerosos, y combina su visión de médico en una unidad de cuidados paliativos – donde abundan los testimonios de estos fenómenos – con su conocimiento de las tradiciones espirituales (budista, hinduista) que tienen un discurso extremadamente preciso sobre la naturaleza de la conciencia que se hace eco de lo que nos enseña la física cuántica.

Escrito por un médico, su estudio reconfortará no sólo a quienes acompañan a un ser querido al final de la vida y a los deudos, sino también a todos nosotros, tan universal es esta cuestión.

Otra vida nos espera

Las personas que relataron sus experiencias no fueron traídas de vuelta de la muerte, sino que fueron salvadas en un punto muy cercano a la muerte. Por tanto, nadie puede afirmar que sean indicativos de lo que nos espera a todos en la fase final de la muerte. Pero pueden darnos una idea de lo que nos espera antes de ese fatídico momento, y todo apunta a una vida después de la vida.

Una vida que rememora los recuerdos de la primera, al tiempo que recurre a nuestras facultades sensoriales, perceptivas e imaginativas. Una vida interior que saca a la luz temporalidades distintas de nuestra confrontación con el mundo exterior. Y esta vida no sería necesariamente corta, sino simplemente libre de tiempo.

El tiempo no existe como tal. Son las cosas y su flujo los que hacen tangibles el pasado, el presente y el futuro, como explica Aristóteles. El reloj mental que llevamos dentro, que marca la regularidad del paso del tiempo y hace posible su existencia, parece volverse loco en determinadas situaciones muy concretas. Muchas personas han declarado que el tiempo se detiene cuando creen que se están muriendo. Los pocos segundos que transcurren entre la anticipación de una colisión con un vehículo y la colisión en sí durarían una eternidad. Algunos autores han demostrado que esta impresión de cámara lenta se debe al funcionamiento de nuestra memoria. Ante un acontecimiento potencialmente mortal o muy inesperado, nuestra memoria registra toda la información posible para que sea más fácil evocar recuerdos que se parezcan a la situación fatal y nos permitan sobrevivir a ella. Es esta grabación masiva de información la que nos da la ilusión de que el acontecimiento durará más tiempo. Y como no hay nada más fatal o inesperado que la propia muerte, cabe suponer que el tiempo se dilata aún más a medida que nos acercamos a ella, lo que nos proporciona una reverberación infinita de nosotros mismos, donde se despliegan las percepciones conscientes e inconscientes. Un viaje multidimensional, entre la memoria y el recuerdo. Entre la nostalgia y la expectación. Entre la vida y la muerte.


Existe, en efecto, una conciencia fenoménica que se resiste a una explicación puramente física




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