No hay mente sana sin cuerpo sano
Los detalles sobre cómo el sistema nervioso entérico está vinculado
con el sistema nervioso central han sido descubiertos en los últimos años y
están formando un nuevo campo de la medicina llamado neurogastroenterología.
La neurogastroenterología. Es la parte de la medicina que estudia la regulación de la función
digestiva. Considera al intestino como el centro de la inteligencia emocional o
experiencial. Una gran parte de los pacientes que acuden a un especialista de
digestivo presentan síntomas digestivos sin causa detectable, lo que
actualmente se define como enfermedades digestivas funcionales.
En la historia de la evolución, el sistema nervioso entérico, el «cerebro digestivo»,
fue el primero en nacer. Apareció en animales que eran un simple tubo
digestivo, pegados a las rocas y esperando a que la comida pasara por allí. A
medida que la vida evolucionó, los animales necesitaron sistemas nerviosos más
complejos para encontrar alimento y para reproducirse, de manera que se
desarrolló un sistema nervioso central. Pero el control del intestino era
demasiado importante como para confiarlo únicamente a la cabeza. La naturaleza
prefirió preservar el sistema nervioso entérico como un circuito independiente
que en los animales más complejos está escasamente conectado con el sistema
nervioso central y puede funcionar prácticamente de manera autónoma, sin
instrucciones del "cerebro superior".
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Cresta neural |
De alguna manera, lo ocurrido a lo largo de la evolución es lo mismo
que sucede en cada individuo desde su concepción hasta su pleno desarrollo. La cresta
neural se forma muy pronto en la etapa de desarrollo embrionario. Con el paso
de las semanas, una parte llega a ser el sistema nervioso central y otra migra
hasta convertirse en el sistema nervioso entérico. Sólo más tarde se conectarán
los dos sistemas nerviosos mediante el llamado nervio vago. El plexo solar o
celiaco es una densa red nerviosa que rodea a la arteria aorta ventral en el
punto de donde salen la arteria mesentérica y renal, a nivel de la primera
vértebra lumbar, detrás del estómago. Procede especialmente del gran simpático
y del nervio vago. En él se combinan las fibras nerviosas del sistema nervioso
simpático y del parasimpático. El plexo solar, contribuye a la inervación
(acción del sistema nervioso) de las vísceras intra abdominales. El dolor
abdominal causado por sensibilidad del plexo solar, también llamado punto
epigástrico, está localizado en un punto medio entre la punta inferior del
esternón (llamada apófisis xifoides) y el ombligo.
Nervios, inseguridad, estrés, etc. se manifiestan desde los
primeros momentos de vida extrauterina mediante llantos y los llamados cólicos
del lactante y, más adelante, el clásico "me duele el estómago" que
dicen los niños sin aparente explicación.
Hasta hace relativamente poco se creía que el cerebro controlaba
directamente los nervios y músculos intestinales a través del nervio vago. Según
esta teoría, el intestino era simplemente un tubo que obedecía órdenes. El
problema era que nadie había contado el número de células nerviosas presentes
en el intestino.
Sistema nervioso entérico
El cerebro digestivo, conocido como sistema nervioso entérico, está localizado en capas de tejido que forran el esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon. Es una entidad anatómica única, compuesta por redes de células nerviosas, sustancias neurotransmisoras y proteínas, que actúan como mensajeras entre neuronas, capaces de aprender, de influir sobre el estado de ánimo y sobre la salud.
El
sistema gastrointestinal tiene millones de conexiones neuronales, al igual que
el cerebro; más del 90 por ciento de la serotonina y el 50 por ciento de la
dopamina se produce ahí, en el intestino.
La red nerviosa intestinal está dirigida por un pequeño número de
«neuronas comandantes» que reciben órdenes básicas del cerebro y las redirigen
a los millones de neuronas que se extienden a través de las dos redes nerviosas
propias del intestino: el plexo mientérico y el plexo submucosal. Los tejidos
nerviosos de los plexos también contienen células glía que nutren las neuronas.
Las células glía están implicadas en la respuesta inmunitaria y sirven de
barrera frente a sustancias nocivas que pudieran dañar las neuronas
intestinales.
Describir las funciones del cerebro intestinal puede ser tan
complicado como intentarlo con las del cerebro ubicado en el cráneo. Hasta el
momento están claras dos funciones fundamentales. La primera es dirigir el
proceso de digestión. La segunda, colaborar con el sistema inmunitario en la
defensa frente a sustancias y microorganismos hostiles. Dos funciones tan
vitales como las intelectuales, desempeñadas por el cerebro superior.
La actividad inmunitaria del intestino resulta tan significativa que
se le puede considerar el mayor órgano del sistema de defensas. Alberga más
células inmunitarias que todo el resto del cuerpo y las neuronas entéricas
están en permanente comunicación con ellas. Entre las funciones inmunitarias
del cerebro intestinal cabe señalar el mantenimiento de condiciones óptimas
para el desarrollo de la flora bacteriana beneficiosa y la detección y
expulsión inmediata de los microorganismos que pudieran resultar perjudiciales.
Las neuronas comandantes controlan la actividad del intestino. Poseen
sensores para el azúcar, las proteínas, la acidez y otros agentes químicos que
indican la progresión de la digestión. A partir de esta información, el cerebro
intestinal decide las sustancias que debe secretar para optimizar la
asimilación de nutrientes y el ritmo con que los contenidos intestinales deben
ser empujados.
En definitiva, el intestino toma decisiones y utiliza en su funcionamiento
circuitos complejos como sólo se encuentran en el cerebro.
La importancia de las funciones de los dos cerebros se traduce en una
complejidad enorme y equiparable. En el intestino hay más neuronas que en la
médula espinal: unos 100 millones. El intestino delgado tiene entre 8 y 9 m de
longitud y una superficie interior de más de 150 m2 aproximadamente. En cada
cm2 hay alrededor de 3.000 vellosidades – encargadas de absorber nutrientes – que en conjunto segregan cada día unos dos litros de jugos necesarios para la
digestión.
Los síntomas de ambos cerebros se
confunden
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Serotonina |
Dos docenas de proteínas cerebrales muy simples, llamadas
neuropéptidos, que son utilizadas por las neuronas para comunicarse entre ellas
y con las células inmunitarias, se encuentran también en el intestino. Las
encefalinas, opiáceos cerebrales naturales, no faltan.
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Alivia el estrés |
El intestino delgado separa lo bueno de lo malo y en él se absorben
las sustancias nutritivas. Esto supone un proceso de integración física y también
de sentimientos, pensamientos y experiencias. Los síntomas intestinales pueden
reflejar la personalidad y los conflictos psíquicos.
La inseguridad, el miedo y otros factores similares producen retención
y los consiguientes estreñimientos, úlceras intestinales o colon espástico. En
el intestino, donde se conectan las realidades interna y externa, se pueden
retener aspectos de la propia personalidad que da miedo liberar. La obsesión
por controlar impide la espontaneidad. Los cambios y los viajes, por la sensación
de no protección que conllevan, pueden ir acompañados de molestias
intestinales.
Durante años, a las personas que tenían úlceras o dolor abdominal
crónico se les ha dicho que sus problemas eran imaginarios o emocionales. Hasta
se les podía dirigir al psiquiatra o al psicólogo para que recibieran
tratamiento. Los médicos acertaban al relacionar estos problemas con el
cerebro, pero culpaban al equivocado. Todo indica que la mayoría de desórdenes
gastrointestinales, como el síndrome de colon irritable, se originan en el
cerebro intestinal o lo implican de manera fundamental.
Casi todos los pacientes con síndrome de colon irritable se quejan de
problemas mentales y emocionales, como ansiedad, fatiga, agresividad, depresión
o alteraciones del sueño.
Las razones por las que el sistema nervioso entérico se trastorna aún
no son bien conocidas, pero las emociones pueden desempeñar un papel
fundamental, de la misma forma que influyen sobre el sistema nervioso central.
A medida que se conocen más detalles sobre las relaciones entre los
dos cerebros, se entienden mejor algunos síntomas muy frecuentes. Por ejemplo,
las «mariposas en el estómago» son consecuencia de la estimulación de las
células nerviosas intestinales al liberarse cantidades extraordinarias de
hormonas del estrés por orden del cerebro cuando se enfrenta a una situación
difícil (amenazas físicas auténticas o imaginarias). Una diarrea puede ser
resultado del miedo, que multiplica los estímulos sobre los circuitos
productores de serotonina, neurotransmisor que desencadena los movimientos
complejos y coordinados del intestino. Los dolores abdominales y las
irregularidades intestinales son normales durante los periodos de tensión
emocional.
El diálogo entre cerebros explica también muchos efectos secundarios
de ciertos medicamentos. Los que ejercen efectos psíquicos también suelen
tenerlos sobre el intestino. Los psicofármacos que provocan cambios en los
niveles de serotonina cerebral afectan la producción del neurotransmisor en el
intestino y pueden provocar náuseas, diarrea o estreñimiento. La cuarta parte
de las personas que toman Prozac o antidepresivos similares sufren este tipo de
problemas gastrointestinales. Tanto es así que el Prozac se utiliza en pequeñas
dosis para tratar el estreñimiento crónico o el síndrome de colon irritable. Si
se aumenta la dosis, el intestino se paraliza.
Drogas como la morfina y la heroína actúan tanto sobre los receptores
opiáceos que se hallan en el cerebro como en los que se encuentran en el
intestino. Ambos sistemas pueden hacerse adictos. Otra prueba del estrecho
vínculo que existe entre los dos sistemas nerviosos es que los enfermos de
Alzheimer y de Parkinson sufren de estreñimiento: sus neuronas intestinales
están tan enfermas como las cerebrales.
Modificar el volumen de
neurotransmisores intestinales a través de la alimentación
Nuestra más íntima relación inicial con el exterior es oral y
alimenticia y a partir de ahí nos convertimos en parte del medio para
sobrevivir en él.
Resulta complicado cambiar hábitos alimenticios y más cuando se trata
de un cruento e incesante bombardeo de excedentes de la industria alimentaria y
la publicidad que genera, como es el caso de la producción cárnica, los
cereales y la leche, entre otros, como base principal de la alimentación
occidental, además de la lujosa tentación de poder comer todo lo imaginable y
de cualquier remoto lugar del mundo mientras nuestros organismos necesitan
apenas una parca ración para mantenerse saludables y activos.
Profundamente cruel e irónico si se tiene en cuenta el desequilibrio
de reparto alimenticio a nivel mundial en el que ochocientos cincuenta y cuatro
millones de personas están subalimentadas mientras que del exceso del
"primer mundo" se genera una constante intoxicación, un envenenamiento
paulatino, que deriva en enfermedades "modernas": obesidad,
enfermedades cardiovasculares y cáncer, por citar sólo las de mayor índice de
mortalidad y de inestimable repercusión para la consolidación y el aún mayor
crecimiento económico de una industria farmacéutica todopoderosa.
Es posible modificar el volumen de neurotransmisores intestinales a
través de la alimentación. Los alimentos ricos en hidratos de carbono favorecen
la producción de serotonina y los proteicos, la de dopamina y noradrenalina.
En el caso del síndrome de colon irritable, la práctica naturista
recomienda aumentar la ingesta de hidratos de carbono complejos (cereales
integrales, frutas y legumbres) y de fibra hidrosoluble (frutas, verduras,
avena y legumbres). El gluten, proteína contenida en la mayor parte de los
cereales salvo el arroz y el maíz, no está recomendado porque es alergénico y
entre los afectados por el síndrome hay una incidencia mayor de alergias e
intolerancias a los alimentos.
La relación directa de diversas enfermedades que abarcan desde la
poliartritis reumatoide, la fibromialgia, diabetes tipo 1 y 2, hasta diversos
tipos de cáncer, con la alimentación, el sistema digestivo y los intestinos en
especial desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de la salud. Si la
enfermedad es consecuencia del desequilibrio y éste puede ser efecto de una
sobrecarga de elementos tóxicos, la terapia más recomendable en muchas
ocasiones es la higiene intestinal. Así, los ayunos y enemas provocarían, en
términos informáticos, un «reset» de los órganos gobernados por el sistema
nervioso entérico que les permitiría reiniciar un funcionamiento correcto
después de un tiempo de descanso y de eliminar elementos extraños. La limpieza
intestinal sería para el cerebro del bajo vientre algo así como una cura de
sueño para el sistema nervioso central.
Incluso en alteraciones metabólicas relacionadas con el autismo se
están empleando tratamientos dietéticos que determinan los niveles de TGD
(Trastorno General del Desarrollo) TDA (Trastorno por Déficit de Atención) y
TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad).
Centro de control del organismo

Las importantes funciones del sistema nervioso entérico se están
descubriendo, pero su prestigio, dentro de la medicina convencional, todavía no
está a la altura de los «órganos nobles». En cambio, para las medicinas
orientales, el vientre es el centro vital del organismo y lo es
en el sentido más profundo. El dan tien de la medicina tradicional china y el
hara de las artes marciales japonesas no aluden a los intestinos o cualquier
otro órgano concreto, sino a un punto situado un par de dedos por debajo del
ombligo, en el centro de gravedad del cuerpo. Allí reside el océano del chi, la
energía vital.
Es el centro de control del organismo, donde se integran mente y cuerpo y ambos se funden con el universo. Para mantener la salud, el objetivo es conectar – a través de la meditación y de disciplinas psicofísicas como el taichi o el chikung – con ese centro. Los resultados son una integración óptima de todos los sistemas corporales y, sobre todo, un estado general de serenidad, de calma profunda.
El cuidado del hara ejerce una virtud curativa con respecto al nerviosismo, bajo cualquier forma que se presente. Tanto los recientes hallazgos sobre el sistema nervioso entérico como los antiguos conocimientos sobre el hara sugieren la conveniencia de hacer menos caso al parloteo de la mente y prestar más atención a los síntomas y sensaciones procedentes del estómago y de los intestinos. Así podrían descubrirse emociones conflictivas que conviene resolver o evitar el desarrollo de muchas dolencias en sus primeras etapas. En cierta manera el ser humano adulto debería recuperar la sabiduría del bebé, para quien las sensaciones que proceden de la barriga están por encima de casi todas las demás y puede llorar desesperadamente cuando tiene hambre o acariciarse el vientre cuando le llegan sensaciones satisfactorias.
Similitudes entre los dos cerebros
Durante el sueño, el cerebro produce ciclos de 90 minutos dominados
por las ondas lentas y puntuadas por los periodos REM (Rapid Eyes Movements).
También durante la noche, cuando no tiene alimento, el intestino presenta
ciclos de 90 minutos de movimientos musculares lentos, puntuados por periodos
de movimientos rápidos. Las personas con problemas intestinales también tienen
un sueño REM anormal.
El cerebro se caracteriza por su capacidad para aprender. El colon
también puede hacerlo pues se le puede entrenar: si cada día se practica un
enema a las 10 de la mañana durante una temporada, es muy probable que a la
misma hora se produzca un movimiento intestinal importante ya sin la necesidad
de enema. En el tratamiento del síndrome de colon irritable resulta eficaz
respetar un horario de visitas al retrete y en general conviene que las comidas
se tomen cada día a las mismas horas.
La comunicación entre los sistemas nerviosos central y entérico es como una autopista de dos direcciones,
pero con diez veces más tráfico hacia arriba que hacia abajo.
pero con diez veces más tráfico hacia arriba que hacia abajo.
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