El
desarrollo cerebral y biológico durante los primeros años de vida
depende en gran medida del entorno del lactante
depende en gran medida del entorno del lactante
Las
experiencias en edades tempranas determinan la salud, la educación y la
participación económica durante el resto de la vida.
Según
la OMS, cada año más de 200 millones de niños y niñas menores de cinco años de
edad fallan en alcanzar su máximo desarrollo cognitivo y social y muchos
problemas que sufren los adultos, como problemas de salud mental, obesidad,
cardiopatías, delincuencia, y una deficiente alfabetización y destreza numérica
pueden tener su origen en la primera infancia.
Los
estudios revelan que el hemisferio derecho se relaciona con la expresión no
verbal y el hemisferio izquierdo con la expresión verbal. Cuando el niño nace, o incluso in útero, es
decir, en el momento en que el cerebro se empieza a formar, las posibilidades
de conexión son prácticamente ilimitadas y a partir de ese momento las
posibilidades de constituir nuevos circuitos van disminuyendo. Así, las
posibilidades a los 0 años son ilimitadas, a partir de los 7 años son muy
escasas, pero a los 3 son mucho mayores que a los 5, y a los 5 son mucho
mayores que a los 7, y así sucesivamente.
De
algún modo, puede plantearse, que el adulto, ya no a los 7 sino a los 15, a los
20 años, aprende nuevas cosas, aprende nuevas habilidades, sin duda. Pero las
aprende utilizando conexiones que ya tiene establecidas. Y esto es importante,
porque aquello que no se haya constituido en los primeros años de vida ya no se
va a constituir. Va a ser muchísimo más difícil, por no decir imposible,
constituirlo. Por lo tanto, el objetivo es conseguir el desarrollo del mayor
número posible de conexiones neuronales.
Cuando
el niño nace e inclusive antes, empieza una carrera contra el reloj, en la que
cada día que no se utiliza se pierde para siempre. Con lo cual, si las
posibilidades de desarrollo cerebral del niño se restringen no va a ser culpa
del niño, sino va a ser responsabilidad del medio en el que se halla, de la
familia y/o los educadores. La
estimulación depende del proceso de maduración cerebral, éste será el que marque cuáles deben ser en cada momento
los estímulos aportados por el medio. Los pediatras y los embriólogos conocen
bien el calendario de desarrollo, y sobre ello se elaboran las estrategias o
actividades de estimulación temprana.
Existen
también nuevos datos acerca de la vulnerabilidad del cerebro a factores
ambientales, como la nicotina, el alcohol y las drogas, tanto en el útero como
en el periodo post natal. Sus efectos son más dañinos y de mayor gravedad que
lo pensado hasta ahora.
Muy a
menudo, los hijos de madres fumadoras no presentan en los primeros días daños
aparentes, sin embargo son numerosos los trabajos que demuestran daños en el
desarrollo cerebral posterior, consistentes en una inhibición del crecimiento
neuronal. Se sabe también que la nicotina influye en la bioquímica cerebral y
que disminuye la síntesis de DNA y RNA en las células cerebrales.
La
primera infancia es el período de desarrollo cerebral más intenso de toda la
vida. Es fundamental proporcionar una estimulación y nutrición adecuadas para
el desarrollo durante los tres primeros años de vida, ya que es en estos años
cuando el cerebro de un niño es más sensible a las influencias del entorno
exterior. Un rápido desarrollo cerebral afecta al desarrollo cognitivo, social
y emocional, que ayuda a garantizar que cada niño o niña alcance su potencial y
se integre como parte productiva en una sociedad mundial en rápido cambio.
Cuanto
más estimulante sea el entorno en la primera infancia, mayor será el desarrollo
y el aprendizaje del niño. El desarrollo lingüístico y cognitivo es
especialmente intenso desde los seis meses a los tres años de vida. Los niños
que pasen su primera infancia en un entorno menos estimulante, o menos acogedor
emocional y físicamente, verán afectados su desarrollo cerebral y sufrirán
retrasos cognitivos, sociales y de comportamiento. Estos niños, en momentos
posteriores de su vida, tendrán dificultades para enfrentarse a situaciones y
entornos complejos. Los niveles altos de adversidad y estrés durante la primera
infancia pueden aumentar el riesgo de enfermedades relacionadas con el estrés y
de problemas de aprendizaje hasta bien avanzada la edad adulta.
Numerosos
factores pueden interrumpir el desarrollo del niño en la primera infancia; los
cuatro siguientes afectan al menos al 20–25% de los lactantes y niños de corta
edad en países en desarrollo :
* La
malnutrición suficientemente crónica y grave para frenar el crecimiento.
* La
falta de estimulación u oportunidades de aprendizaje.
* La
carencia de yodo
* La
anemia
Otros
factores de riesgo importantes son la malaria, el retraso del crecimiento
intrauterino, la depresión materna, la exposición a la violencia, y la
exposición a los metales pesados.
El
desarrollo de una conexión emocional temprana con un cuidador también es
fundamental para el bienestar de un lactante. Si el niño no cuenta con un
cuidador habitual con el que establecer un vínculo afectivo – como ocurre en
los orfanatos gestionados deficientemente – puede sufrir efectos perjudiciales
significativos en su desarrollo cerebral y su función cognitiva.
Una
relación normal con el niño llena de amor, cariño, la habilidad de responder
a sus necesidades, permitirle explorar su entorno de manera segura y
proporcionarle experiencias ricas en lenguaje (hablándole, leyéndole) son
suficientes para un desarrollo saludable del cerebro. Por lo contrario, el
estrés, el abuso o negligencia infantil, la falta de nutrición adecuada, el
abuso de substancias (como las drogas y el alcohol) y algunas toxinas
ambientales (como el plomo) pueden tener efectos negativos a largo plazo en el
desarrollo cerebral de los niños.
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Para alcanzar su potencial, los niños de corta edad deben pasar tiempo en un entorno afectuoso y receptivo en el que no sufran abandono ni castigos o muestras de desaprobación inadecuados. |
Una
disminución de calorías o una alimentación que no tenga la suficiente cantidad
de proteínas, frutas y verduras o hidratos de carbono puede generar deficiencia
de minerales como el hierro y de vitaminas. Eso afecta al crecimiento y también
al desarrollo cerebral de los niños, que es muy importante en los cuatro
primeros años de vida, y que se sigue formando hasta la adolescencia.
Se ha
relacionado en distintos estudios las bajas calificaciones en el colegio con el
niño que no desayuna de forma adecuada. El cerebro necesita glucosa para
rendir, de ahí la necesidad de los hidratos de carbono. Si el niño sufre
hipoglucemia el cerebro puede terminar dañándose.
Un
equipo de neurocientíficos británicos de la universidad de Rochester, liderado
por Jessica Cantlon, ha examinado la actividad cerebral de los
niños mediante imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) mientras veían
la serie de televisión “Sesame Street”,
(“Plaza Sésamo” en Latinoamérica). El estudio fue publicado en la revista PLoS Biology en enero 2013.
Los que
al ver la serie mostraban una actividad similar a los adultos, obtenían mejores
resultados en una nueva prueba. Además, los neurocientíficos podían determinar
si el pequeño presentaba más habilidades lingüísticas o matemáticas.
En el
futuro, este método podría ayudar a entender mejor el desarrollo del cerebro.
Entre otros aspectos, los investigadores esperan poder obtener éxitos en el
diagnóstico y la terapia de niños con problemas de aprendizaje.
Durante
la investigación, los niños contemplaron extractos de la serie en los que se
abordaban números, palabras o formas geométricas. Según el tema, se activaban
diferentes áreas del cerebro de los pequeños.
La
definición de las imágenes de resonancia magnética funcional fue
sorprendentemente alta: en total, se registraron 40.000 puntos del cerebro de
los niños en los que cada dos segundos se determinaba actividad neuronal. Con
este flujo de datos pudieron trazar mapas de alta definición de los cerebros de
los pequeños.
Tras las mediciones, los niños realizaron tests lingüísticos y matemáticos. Quienes durante el visionado de la serie mostraban una actividad cerebral similar a los adultos obtuvieron mejores resultados, lo que apunta a que el desarrollo cerebral sigue reglas claras y es medible.
Aunque
el método no es nuevo, con respecto a estudios anteriores los investigadores
apostaron esta vez por analizar la actividad cerebral durante una actividad
cotidiana: ver la televisión. Hasta ahora, los estudios se habían realizado
mostrando imágenes por separado de rostros, formas, palabras o números.
Madres
modernas, conectadas y trabajadoras, eso es lo que vemos hoy, pero ¿qué pasa
con los niños ante la falta de contacto o cuidados maternos?
Las
prácticas sociales y las creencias culturales modernas impiden el desarrollo
mental y emocional sano de los niños según un conjunto de investigaciones
interdisciplinarias divulgado en enero 2013 por la Universidad Notre Dame
(Indiana, EE.UU.)
Por
ejemplo: el uso de leche de farmacia para alimentar a los bebés, el aislamiento
de los niños en sus propios dormitorios o la creencia de que, si se responde
demasiado rápido a las quejas del bebé, se le acostumbra mal.
Esta
nueva investigación vincula ciertas prácticas de crianza – comunes en
sociedades cazadoras-recolectoras – con resultados emocionales saludables y
específicos en la edad adulta, y ha hecho que muchos expertos reconsideren
algunas de nuestras ‘normas’ modernas sobre la crianza.
La
lactancia materna de los bebés, la respuesta al llanto, el contacto constante y
el cuidado del bebé por varias personas adultas, son algunas de las prácticas
ancestrales de crianza, que se ha mostrado que son positivas en el desarrollo
mental, que no solamente dan forma a la personalidad, sino que también ayudan
en el desarrollo moral y físico.
La
respuesta a las necesidades del bebé (no dejar que un bebé ‘llore hasta que se
calme’) influye en el desarrollo de la conciencia; el contacto positivo afecta
la reactividad al estrés, el control de impulsos y la empatía; el juego libre
en la naturaleza influye en las capacidades sociales y en la agresión; y que el
bebé tenga a varias personas que lo cuiden (más allá de la madre) predicen un
coeficiente intelectual y un ego flexibles, así como empatía.
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Responder al llanto, el contacto físico constante, ayuda al desarrollo físico, emocional e intelectual sanos en los niños |
En la
actualidad en vez de cargarse a los bebés, se le mantiene por mucho más tiempo
en cargadores, asientos de automóviles y cochecitos, que en el pasado. En
Estados Unidos, sólo alrededor del 15% de las madres amamantan a sus bebés
hasta los 12 meses, las familias extensas se han dividido, y el juego libre
permitido por los padres ha disminuido dramáticamente desde 1970.
El
estudio muestra, ya sea como el corolario de estas prácticas modernas o el
resultado de otras fuerzas, una epidemia de ansiedad y de depresión en todos
los grupos de edad, incluidos los niños pequeños, tasas en aumento de conductas
agresivas en los niños pequeños; y una disminución de la empatía, la columna
vertebral de la conducta compasiva y moral, entre estudiantes universitarios.
Es
evidente que existen casos de alteraciones genéticas, cuyas consecuencias no
sólo son difíciles de revertir, sino imposibles. Aparte de estos casos, son
numerosos los estudios donde intervenciones bien diseñadas y ejecutadas en un
tiempo oportuno pueden mejorar notablemente las perspectivas. lncluso en
algunos casos que se han considerado intratables, como por ejemplo los casos de
autismo o retardo mental, se puede aminorar notablemente su condición.
Numerosos
casos bien estudiados y documentados, sugieren que los programas bien
concebidos, implementados y desarrollados tempranamente, tienen efectos muy
favorables. Es especialmente importante la eficacia de intervenciones
tempranas. Con ellas se observan los efectos más duraderos, especialmente si se
continúan durante los años de educación básica y elemental.
Del
mismo modo pueden verse efectos muy beneficiosos, mediante el desarrollo de programas
en niños prematuros, cuyos cerebros han tenido menos tiempo de desarrollarse
dentro del útero, y por lo tanto son más vulnerables a factores ambientales.
Tradicionalmente estos niños han estado demasiado tiempo en incubadoras, con
luces brillantes, con excesos de monitoreos y muy escaso contacto humano, lo
que evidentemente les deja secuelas difíciles de reparar. Ellos también pueden
ser muy beneficiados con una intervención activa y oportuna.
La
prevención da mejores resultados si se interviene oportuna e intensivamente. No
así si se deja pasar el tiempo y se pierde la oportunidad de actuar durante las
etapas en que aún el cerebro es plástico.
Los primeros tres años son de enorme importancia para el futuro del niño. No se puede perder la oportunidad de promover un normal desarrollo durante este período, ya que actuar después puede ser muy tarde.
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