septiembre 29, 2018

El Papel del Cerebro y de la Microbiota en las Enfermedades Autoinmunes






De acuerdo con los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud, se conocen más de ochenta enfermedades autoinmunes y se sabe que afectan entre el 3 y el 7 por ciento de la población occidental.

Dentro de esta gran cantidad, estos trastornos afectan desproporcionadamente a las mujeres, que representan casi el 80 por ciento de los casos. A menudo las afectan en edad fértil por lo que se convierten en una complicación para el embarazo. Las razones de este panorama desigual todavía no son comprendidas por los médicos en profundidad.

El sistema inmune es una compleja red de células y componentes celulares, llamados moléculas, que normalmente trabajan para defender al organismo y eliminar infecciones causadas por bacterias, virus y otros microorganismos invasores.

La palabra “auto” proviene del griego y quiere decir uno mismo. En una persona con una enfermedad autoinmune, su sistema inmunitario ataca erróneamente a células, tejidos y órganos de su propio organismo.

Se produce cuando el sistema inmune funciona incorrectamente y el organismo no distingue entre lo propio del cuerpo y lo ajeno, entonces altera su funcionamiento correcto y puede poner en riesgo la vida.

El sistema inmune produce un tipo de célula que secreta auto-anticuerpos que pueden unirse a las células y tejidos del cuerpo. En las personas con un sistema inmunitario sano, varios mecanismos mantienen estas células en jaque y las expulsan del cuerpo. Sin embargo, el proceso puede no funcionar correctamente. Cuando esto sucede, estas células proliferan, produciendo auto-anticuerpos de más, y se produce una enfermedad autoinmune como resultado.

Estos auto-anticuerpos pueden dañar las articulaciones, el sistema digestivo, el corazón, los pulmones, los riñones, los nervios, folículos pilosos, el tejido conectivo en la piel y los vasos sanguíneos. Aunque cada trastorno es distinto, comparten con frecuencia síntomas tales como la fatiga, los mareos y fiebre baja. La inflamación es una característica de todos ellos, tanto en el sitio donde se produce la enfermedad, como en las articulaciones y en la sangre.

Entre las enfermedades autoinmunes más comunes están la artritis reumatoidea, que ataca el revestimiento de las articulaciones, la diabetes tipo 1, que destruye las células necesarias para controlar el azúcar en la sangre y la esclerosis múltiple, que daña revestimientos alrededor de los nervios. También se presentan la enfermedad de Crohn, que ataca el tracto gastrointestinal, la esclerodermia, que provoca el crecimiento anormal de tejido conectivo en la piel y vasos sanguíneos, la psoriasis, en el que las nuevas células de la piel se dañan, la enfermedad de Hashimoto, que afecta a la glándula tiroides y el lupus eritematoso sistémico, que puede dañar las articulaciones, la piel, el corazón, los pulmones y los riñones.

Las enfermedades autoinmunes siguen siendo un misterio para la ciencia. Hasta el momento se conocen sus síntomas y su desarrollo, pero se ignora lo que las produce y la mayoría de ellas se puede tratar, pero no curar. Hay hipótesis al respecto, pero ninguna de ellas está totalmente comprobada. Lo que sí se sabe es que la mente desempeña un papel importante en estas patologías.

Lo que resulta desconcertante en las enfermedades autoinmunes es que son el resultado de un ataque del cuerpo sobre sí mismo. El organismo se comporta como si los antígenos propios fueran virus invasores y los ataca. En otras palabras, falla el sistema de reconocimiento de lo propio y de lo ajeno. Esto ocurre en personas que están perfectamente sanas y la medicina todavía no sabe por qué.

La interacción entre la genética y las experiencias de la vida temprana moldean, literalmente, los circuitos del cerebro en desarrollo el cual es contundentemente influenciado por la sintonización o falta de ella, entre el adulto y el niño, sobre todo en los primeros años de vida. Los ajustes fisiológicos y psicológicos de corto plazo a los que recurrimos para sobrevivir en esta primera etapa tienen consecuencias de largo plazo sobre el aprendizaje, el comportamiento, la salud y la longevidad.

Las interacciones entre cerebro y cuerpo también determinan que las circunstancias y experiencias adversas durante la infancia temprana  incluso en útero  dejan no solo efectos psicológicos de largo plazo, sino que también pueden ser promotoras de enfermedad. Numerosos estudios demuestran que el sufrimiento de los primeros años de vida potencia muchísimas enfermedades, desde mentales, como depresión, psicosis o adicciones, hasta trastornos autoinmunes y cáncer.


Las enfermedades autoinmunes afectan más a las mujeres

Las mujeres suelen tener una respuesta inmune más fuerte que los hombres a las infecciones y vacunas, ya que producen niveles más altos de anticuerpos. En el caso de los trastornos autoinmunes, ese rasgo parece ser contraproducente. "La inmunidad robusta en las mujeres puede ser buena evolutivamente, pero el exceso de inmunidad puede ser malo si se dirige hacia sí mismas", explicó Rhonda Voskuhl, profesora de neurología de la Universidad de California en Los Ángeles, que estudia la esclerosis múltiple.

Los científicos creen también que las hormonas sexuales pueden desempeñar un papel importante, debido a que muchos trastornos autoinmunes se producen en mujeres poco después de la pubertad. Algunos estudios, de hecho, indican que las hormonas femeninas  estrógeno y prolactina  estimulan el crecimiento de células que producen anticuerpos. Por otro lado, la comunidad científica también estima que los cromosomas sexuales, específicamente el cromosoma X, pueden influir en la propensión.

Los síntomas de algunas enfermedades autoinmunes, como el lupus, a menudo empeoran durante el embarazo, mientras que en otros, como la artritis reumatoidea, pueden mejorar. No es raro que las mujeres tengan su primer episodio de lupus durante el embarazo. Probablemente se habría desarrollado de todos modos, pero tiende a surgir durante el embarazo.

La relación entre las enfermedades autoinmunes y la menopausia es aún más estrecha. Hay una cierta incidencia de mujeres que contraen una enfermedad autoinmune después de la menopausia, lo que indica que el problema no son las hormonas.


Las enfermedades autoinmunes y los mecanismos psicosomáticos

La ciencia señala que las enfermedades autoinmunes son el resultado de múltiples factores, dentro de los cuales la genética desempeña un papel importante. Sin embargo, hasta el momento no hay evidencias contundentes de que esto sea así. En cambio, sí se ha probado que la mente tiene un papel decisivo en tales patologías, especialmente en cómo la experiencia subjetiva es la que produce la enfermedad.

Actualmente las enfermedades autoinmunes son abordadas por la mayoría de los profesionales como enfermedades psicosomáticas. Esto quiere decir que se trata de males que tienen su origen en la mente y que toman forma a través del cuerpo.

Hay diferentes enfoques al respecto. Algunos sostienen que se trata de una incapacidad esencial para verbalizar las emociones. Otros indican que es una respuesta defensiva contra la desintegración emocional. También se aborda como un “delirio corporal”, cuyo antecedente es la depresión, o como una respuesta a un conflicto insoluble.

Sea cual sea el enfoque, lo cierto es que el punto en común es la comprobación de que hay realidades que existen en la mente de las personas y que encuentran una vía de manifestación a través de la enfermedad en el cuerpo.

Las enfermedades autoinmunes son insidiosas y dañan notablemente calidad a la vida. Suelen ser dolorosas, de difícil asimilación y poco esperanzadoras. Lo peor es que quienes las sufren acuden al médico en busca de respuestas y, por lo general, solo encuentran silencios y paliativos, no siempre eficaces, para sus padecimientos. Sin embargo, cada vez resulta más claro que la salud y el bienestar son conceptos integrales, en los que tiene tanta importancia el plano físico como el plano mental.

La salida para una persona con una enfermedad autoinmune es precisamente dejar de creer que es una pastilla, una vitamina o algún médico milagroso lo que logrará restaurar su salud. No es que no deba acudir a estas soluciones, sino que en su tratamiento de base debe existir la intervención de un profesional de la salud mental.

Todas las enfermedades tienen un componente emocional y mental involucrado, pero en las autoinmunes este factor es absolutamente decisivo. La resistencia a tratar su enfermedad como un tema de la psiquis es, seguramente, la razón fundamental por la que no encuentran alivio para sus sufrimientos físicos.

Una resistencia que nace de la idea equivocada de que aquel que sufre una enfermedad con una base mental es porque no es lo suficientemente fuerte y se apoya en una idea aún más equivocada: este dolor es una invención del paciente.


La influencia de las emociones en las enfermedades autoinmunes

Las enfermedades autoinmunes ponen en marcha un mecanismo de autodestrucción. Es el propio cuerpo el que deja de reconocer los antígenos que le pertenecen y comienza a auto-atacarse, como si lo que lleva dentro de sí fuera amenazante o peligroso.

La mente es tan importante en estos procesos, que incluso ha surgido una nueva disciplina para tratar estos males, la cual se conoce con el nombre de psiconeuroinmunología. Así, lo cierto es que las enfermedades autoinmunes no solamente suelen ser crónicas, sino que también resultan incapacitantes y pueden llevar a una persona hasta la muerte.

Los estudios realizados sugieren que quienes padecen este tipo de enfermedades generalmente tienen un alto nivel de depresión, pero ésta no siempre es evidente. Dicho de otro modo, puede que se trate incluso de alguien risueño y vital, pero en el fondo lleva una gran insatisfacción que, generalmente, ni él mismo reconoce.

Otro de los rasgos frecuentes es cierta incapacidad para reconocer las propias emociones. Bien sea por una excesiva intelectualización o racionalización de las situaciones o bien porque se trata de personas que quieren tener todo bajo control y experimentan los afectos como amenazas a su autonomía.

La psiconeuroinmunología

Es una rama de la ciencia que estudia las complejas inter-relaciones entre el sistema nervioso central  que controla procesos biológicos y psíquicos  y el sistema inmune. Se fundamenta en el estudio de los mecanismos de interacción entre el cerebro y el cuerpo, es decir entre los diferentes sistemas fisiológicos responsables de la homeostásis: el sistema nervioso, el sistema inmune y el sistema endocrino.

En las paredes del intestino delgado existen amplias redes neuronales, el Sistema Nervioso Entérico. Este sistema entérico no sólo está formado por neuronas que tapizan la mucosa intestinal, sino principalmente por células gliales. Estas neuronas también son capaces de sintetizar hormonas, neurotransmisores y otras sustancias químicas.

En condiciones normales, a excepción de las benzodiacepinas endógenas  endorfinas y encefalinas , no existe ninguna constatación científica de que estos neurotransmisores atraviesen la barrera hematoencefálica, por lo que no deberían ocasionar ningún efecto a nivel del Sistema Nervioso Central. Sin embargo, cambios en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, como en casos de estrés crónico, patologías inflamatorias cerebrales o sistémicas que producen un aumento de citoquinas, o alguna forma de transporte o mecanismo físico-químico de momento no encontrado, permitiría atravesarla y por lo tanto influenciar en las funciones del Sistema Nervioso Central.

Independientemente de las probables comunicaciones establecidas a través de los neurotransmisores sintetizados en el intestino, las informaciones sensitivas del sistema digestivo llegan a núcleos neurovegetativos del tronco cerebral, de aquí al tálamo  centro integrador de todas las informaciones sensitivas  y finalmente al córtex sensitivo. El tálamo a su vez está interconectado con estructuras del sistema límbico  origen de las respuestas emocionales  y también con el hipotálamo  sede de los instintos primarios de supervivencia regulados a través del sistema neurovegetativo y neurohormonal (neuroejes hipotálamo-hipofisarios) . Estos centros superiores ejercen una  inhibición descente o facilitan la modulación de las funciones y reflejos digestivos (vómito, defecación…).

El Sistema Nervioso Central y el propio Sistema Nervioso Entérico pueden producir una sensibilización del Sistema Nervioso Entérico, ocasionando desequilibrios en los niveles de los neurotransmisores, lo cual facilita la aparición de disfunciones gastrointestinales, patologías inflamatorias intestinales, intolerancias alimentarias, enfermedades autoinmunes. Los leucocitos tienen receptores para casi todos los neurotransmisores, especialmente para la serotonina y la dopamina.

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Científicos descubren un nuevo vínculo entre el cerebro y el sistema inmunológico

Un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Virginia (UVA), en un estudio publicado en la revista Nature de junio 2015, han hecho un descubrimiento que, según ellos, podría cambiar los libros de texto: Han determinado que el cerebro está conectado directamente al sistema inmunológico por vasos linfáticos cuya existencia, hasta ahora, no se conocía.

El hecho de que estos vasos no hayan sido detectados hasta la fecha, a pesar de que el sistema linfático  que contribuye de manera principal a formar y activar el sistema inmunitario  ha sido mapeado a fondo en todo el cuerpo, resulta sorprendente ya de por sí, pero la verdadera importancia del hallazgo radica en los efectos que podría tener para el estudio y  el tratamiento de enfermedades neurológicas como el autismo, la enfermedad de Alzheimer o la esclerosis múltiple.

El cerebro es como cualquier otro tejido conectado al sistema inmune, en este caso a través de los vasos linfáticos meníngeos. Las meninges son las membranas que recubren el cerebro. Se cree que, para cada enfermedad neurológica con un componente inmune, estos vasos pueden desempeñar un papel importante.

El descubrimiento ha sido posible gracias a la labor de Antoine Louveau, becario post-doctoral del laboratorio Kipnis quien inventó un método ingenioso para la visualización de las meninges del cerebro de un ratón sin destruirlo. Esto permitió detectar los vasos a través de un microscopio. Se describen los vasos linfáticos en los tejidos del cadáver de un ratón. Los vasos linfáticos se complementan con los vasos sanguíneos del cuerpo, llevando las células inmunes por todo el cuerpo a través de la sangre.

Mapa del sistema linfático: viejo (izquierda) y 
actualizado (derecha) para reflejar el descubrimiento

Estos vasos linfáticos cerebrales han podido permanecer ocultos todo este tiempo porque estaban bien escondidos, ya que siguen a un vaso sanguíneo principal hacia los senos, un área que es difícil de registrar en imágenes.

El microbioma intestinal está separado del torrente sanguíneo por el revestimiento de los intestinos, y desde el cerebro por la barrera hematoencefálica. Pero en los últimos veinte años, la idea de que el cerebro está inmunemente privilegiado, ha sido desmantelada poco a poco. Estudios  han demostrado que el cerebro interactúa con el sistema inmune periférico, aunque sea en formas únicas. Las células inmunes, de alguna manera, circulan a través del cerebro, y los antígenos que normalmente serían producidos por una respuesta inmune, van desde el cerebro a los ganglios linfáticos.

La presencia inesperada de estos vasos linfáticos plantea un enorme número de preguntas que ahora necesitan respuestas, tanto sobre el funcionamiento del cerebro como sobre las enfermedades que afectan a dicho funcionamiento. Por ejemplo, en el caso de la enfermedad de Alzheimer hay acumulaciones de grandes porciones de proteínas en el cerebro. Creen que estas se pueden acumular porque no están siendo eliminadas eficazmente por los vasos encontrados.

Estos conductos además varían con la edad, por lo que el papel que desempeñan en el envejecimiento es otra vía por explorar. Además, otras enfermedades neurológicas, desde el autismo a la esclerosis múltiple, deberían ser reconsideradas ahora, a la luz de la presencia de algo que la ciencia insistió en que no existía.


Las enfermedades autoinmunes aumentan con el estrés crónico

Investigadores de la universidad Ben Gurion, en un estudio publicado en el European Journal of Immunology de marzo 2014, han demostrado la relación entre el estrés crónico y las enfermedades causadas por el sistema inmunitario.

La investigación ha sido realizada en ratones a los que se ha sometido a situaciones de fuerte estrés. Ante esta situación, los ratones liberaban unos niveles más elevados de gluco-corticoides de lo normal, lo que provocaba un mal funcionamiento de su sistema inmune. El estudio también pudo revelar que este proceso se da con más frecuencia en mujeres que en hombres, algo que explicaría, según los científicos, la gran cantidad de féminas con enfermedades autoinmunes.

El estrés crónico, junto a otros factores como la genética y el entorno, pueden dañar el funcionamiento del sistema inmunológico, que es importante pues regula su defensa e impide que sea atacado. Este mecanismo parte del cerebro, del hipotálamo. Los corticoides se suelen usar en el tratamiento de las enfermedades autoinmunes pero este estudio ha demostrado que en situaciones de estrés no solo no ayudan a curarlas sino que las potencian.


Un estudio descubre nuevas conexiones entre la microbiota intestinal y las enfermedades autoinmunes

Una investigación del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) de España, en un estudio  publicado en la revista mBIO de octubre 2014, ha descifrado el perfil de la microbiota intestinal en pacientes de LES (lupus eritematoso sistémico).

El lupus eritematoso sistémico (LES) es una enfermedad autoinmune crónica que provoca que el sistema inmunológico ataque erróneamente al tejido sano del cuerpo. Puede afectar la piel, las articulaciones, los riñones, el cerebro u otros órganos.

Los resultados muestran un desequilibrio en la ratio de los dos grupos de microorganismos más abundantes en el intestino humano  los Bacteroidetes y los Firmicutes , a favor del primero, mientras que la carga y diversidad bacteriana eran similares entre los pacientes y el grupo de control.

Para este estudio se comparó un grupo de 20 pacientes con LES de una zona geográfica concreta (Asturias) con otro similar de personas sanas, teniendo en cuenta factores como la edad, el sexo, la medicación y su historial médico. El grupo con LES incluía individuos con una amplia variedad de síntomas, lo cual permitió establecer una serie de correlaciones entre el perfil microbiano y la patología.

Existen cada vez más pruebas de que la microbiota podría tener un impacto sobre los síntomas y la progresión de algunas enfermedades autoinmunes, afirman los investigadores en sus conclusiones. Sin embargo sigue sin aclararse el cómo y el porqué de la influencia de esta comunidad microbiana sobre el LES.

Se sabe, por ejemplo, que el perfil microbiano intestinal podría modularse a través de patrones alimentarios como intervenciones dietéticas para favorecer el incremento de las poblaciones microbianas que tengan incidencia en la sintomatología del LES.


Hallan cómo frenar la intensidad de la respuesta inmune para tratar las enfermedades autoinmunes

Un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla (EE.UU.), publicado en la revista Neuron de enero 2017, muestra que para frenar la destrucción del sistema inmune habría que inhibir una enzima denominada ‘escramblasa 1 de los fosfolípidos’ (PLSCR1).

Por lo general, el sistema inmune reconoce y actúa rápidamente frente a una amenaza potencial como son las células infectadas por un virus. Sin embargo, y actuando sobre la PLSCR1, los investigadores han sido capaces de proteger a las células infectadas del ataque inmunitario y de incrementar la expresión de un virus diseñado por ingeniería genética por un periodo de hasta seis meses, creando así el potencial para terapias mucho más duraderas.

Fago – virus sanadores
No todos los virus son ‘malos’. Por ejemplo, existen algunos virus que pueden ser empleados por los investigadores con un objetivo terapéutico, como sería corregir las deficiencias en el material genético de las células o destruir las células cancerígenas.

Tras millones de años de evolución, los virus se han especializado en entrar en las células y utilizar su maquinaria molecular para su propio beneficio. Un aspecto que están aprovechando en los últimos años los científicos para manipular estos virus y emplearlos como vectores para transportar material a las células, ya sea un gen  que se insertará en el ADN celular  o un fármaco. Pero terapéuticos o no, no dejan de ser virus, por lo que también serán rastreados y atacados por el sistema inmune.

Para evitar que las células inmunes no ataquen estos virus ‘sanadores’ y puedan llevar a cabo su beneficio, los autores han centrado su investigación en la respuesta inmune en el cerebro. Y para ello, inyectaron un adenovirus manipulado genéticamente en el cerebro de un modelo animal   ratones  para observar las señales emitidas tanto por las células infectadas como por las células inmunes y analizar las proteínas producidas en respuesta a la infección.

Una vez es infectada, la célula emite señales de socorro, en caso de la exposición en su membrana externa de un lípido denominado ‘fosfatidilserina’ que atrae a las células inmunes del cerebro  las microglías . Las microglías evalúan si aislar a la célula infectada  lo que supone un riesgo de expansión de la infección a las células circundantes  o destruirla  lo que puede suponer un problema dado que la función de esta célula cerebral puede ser muy importante y, una vez eliminada, no se regenera .

Así, y con objeto de conocer los pormenores de esta decisión de las microglías, los autores alteraron los niveles de las proteínas implicadas en la comunicación  o ‘señalización’  tanto intra como extracelular.

Los resultados mostraron que la reducción de los niveles de PLSCR1 provocó una gran variedad de cambios en la respuesta inmune: las microglías se mantuvieron a una distancia prudente, pero sin intervenir, y se disminuyó la producción de citoquinas – proteínas que promueven la inflamación  sobre todo al convocar a más células inmunes al combate.

La PLSCR1 actúa transportando la fosfatidilserina al exterior de la membrana celular, activando la señal de socorro.

Las infecciones. Los resultados también mostraron que los efectos protectores de la inhibición de PLSCR1 se mantuvieron durante seis meses, el periodo máximo alcanzado hasta el momento con cualquier manipulación de las proteínas implicadas en la respuesta inmune. Un aspecto que resulta muy importante dado que PLSCR1 no es exclusiva del cerebro, sino que se encuentra en todo el organismo. Tal es así que los autores creen que, más allá de facilitar el transporte de tratamientos a través de los virus, los resultados podrían aplicarse a otros trastornos inflamatorios   como las infecciones  e, incluso, a las enfermedades autoinmunes y las patologías neurodegenerativas  caso del Alzhéimer .

Solo hay que imaginar la posibilidad de desarrollar un fármaco inhibidor que un paciente podría tomar para frenar el exceso de inflamación, lo que tendría un efecto beneficioso enorme sobre un gran número de enfermedades.

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Influencia de la dieta y la nutrición en las enfermedades autoinmunes

Los problemas autoinmunes tienen una fuerte predisposición genética pero los desencadenantes pueden ser sol excesivo, infecciones, drogas u otras condiciones  como el embarazo  que estresan el cuerpo.

La evidencia creciente indica un papel de la dieta en la prevención, retraso o inversión de enfermedades autoinmunes determinadas genéticamente.

Como el intestino es un sitio importante de muchas interacciones complejas que controlan la inmunidad, es el mayor interfaz entre un individuo y su medio ambiente, y, por lo tanto, ofrece la mayor exposición para la construcción de micro-organismos inmunes y la exposición a toxinas y alérgenos. Somos lo que comemos. Esto sugiere un papel importante de los probióticos y prebióticos en la autoinmunidad.

Las dietas maternas durante el embarazo y la lactancia también influyen en los procesos autoinmunes. La lactancia materna emerge como un factor potencialmente protector para la prevención de alergias y la enfermedad celíaca.

En los últimos años, la evidencia ha demostrado un papel importante de factores específicos de la dieta, como la vitamina D, la vitamina A, selenio, zinc, ácidos grasos omega-2, probióticos, glutamina (un aminoácido) y los flavonoides (sustancias químicas de plantas que protegen contra la enfermedad) en las enfermedades autoinmunes. La deficiencia de vitamina D se ha asociado con aumento de la autoinmunidad y mayor susceptibilidad a las infecciones. Asociaciones entre la vitamina D y enfermedades autoinmunes han sido confirmadas en esclerosis múltiple y artritis reumatoide.

Estudios recientes también indican que la vitamina A es un potente inmuno-regulador y puede ser instrumental en la prevención de la inflamación intestinal y la autoinmunidad. La modificación de la dieta ha demostrado su mayor efecto beneficioso cuando se inicia antes o inmediatamente después de la aparición de la enfermedad. Óptima pero equilibrada la ingesta de alimentos mantiene un crecimiento saludable y la vida libre de enfermedad.

Deficiencias de nutrientes relacionadas con enfermedades autoinmunes

Si sufrimos de deficiencias de nutrientes clave, corremos el riesgo de que nuestro sistema inmune se desboque y ataque los propios tejidos del cuerpo y lleve a la autoinmunidad.

Vitamina D. Regula y previene la autoinmunidad al estimular las células T reguladoras, que son responsables de diferenciar entre invasores peligrosos y células “propias”. Cuando la vitamina D promueve estas células, le enseña al sistema inmune a no atacarse a sí mismo. La vitamina D también es compatible con la capacidad para combatir las infecciones virales y bacterianas que pueden desencadenar o empeorar las condiciones autoinmunes.

Omega 3. Los estudios han demostrado que los aceites omegas 3 mejoran la activación de las células B y seleccionan la producción de anticuerpos, lo que puede reducir la respuesta inflamatoria y ayudar al sistema inmunológico a combatir los patógenos.

Vitaminas B. Las vitaminas B no solo proporcionan energía a nuestras células. También controlan la función inmune, las hormonas, el estado de ánimo, el sueño, los nervios, la circulación y la digestión. La vitamina B12, por ejemplo, es compatible con la producción de glóbulos blancos, que son componentes esenciales del sistema inmune.

Selenio. El selenio puede ser un mineral poco conocido, pero los estudios demuestran que es esencial para regular la respuesta inmune excesiva y la inflamación crónica en las enfermedades autoinmunes. También es un nutriente vital para la función tiroidea adecuada, y los estudios muestran que el aumento de selenio en pacientes con tiroides autoinmunes disminuye sus anticuerpos tiroideos.

Zinc. El zinc afecta múltiples aspectos del sistema inmune, desde la barrera de la piel hasta la regulación génica dentro de los linfocitos (un tipo de glóbulo blanco). De hecho, el zinc es esencial para la producción de glóbulos blancos y los estudios muestran que las personas con deficiencia de zinc son más susceptibles a los patógenos.

Magnesio. El magnesio, que es importante no solo para la función inmune sino también para la salud del corazón, es un mineral que la mayoría de la gente tiene bajo en forma crónica debido a los altos niveles de estrés y las dietas altas en azúcar (el azúcar reduce los niveles de magnesio). Se ha demostrado que la deficiencia de magnesio causa un aumento en la producción de citocinas proinflamatorias, lo que aumenta el nivel general de inflamación y contribuye a la autoinmunidad.

Es indudable la importancia de mantener un ambiente intestinal en óptimas condiciones de salud, ya que es donde reside este sistema nervioso entérico y donde se acaban de fabricar todas las vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos esenciales…etc. necesarios para que se sinteticen las hormonas, neurotransmisores, enzimas…etc. imprescindibles para una correcta función física y mental.

Más estudios científicos, en el campo de la psiconeuroinmunología, son necesarios respecto a la inter-relación de estos dos cerebros, al papel que desempeña la microflora intestinal, la síntesis de neurotransmisores por parte de este Sistema Nervioso Entérico, y la posibilidad de cruzar la barrera hematoencefálica atendiendo a determinadas circunstancias físico-químicas de la misma barrera hematoencefálica o incluso de los neurotransmisores.